¡Que poquito queda! Cirineos en la Costanilla.
Alberto de Faría Serrano
Hace frió en la Costanilla. Prevalece el anhelo de recogimiento. La Dolorosa del Loreto impaciente cual Ama de llaves halada nos abre los brazos de par en par su Casa de Oro. Nos reserva el sacramento mas celosamente guardado de la Cuaresma. Un guiño imperceptible es la precisa señal para girarnos; la misma Capilla que desde fuera ya irradia una telúrica fuente desconocida, casi inaprensible. En su interior el Hombre desvanecido, próximo a la extenuación por el inmisericorde peso del madero. El macizo leño de nuestros desprecios. El severo peso de nuestros olvidos. Y el lacerante crucero de nuestras ofensas. Por todos ello se abate sobre la peña. Hinca su rodilla en el suelo y no se resquebraja la rótula si no su ánimo, y su mirada pérdida en el horizonte refleja el alud impotente e imponente del martirio.
Pero por inercia se suspende sobre la mano aposentada en la peña. La mano que se extiende dulce y verónica por la Anunciación , es apoyo maltrecho pero firme, de su Divina dignidad. Es la misma mano endurecida por el tacto robusto del madero que aguarda incólume a su cirineo. ¿Dónde esta si no en su vitrina?
Hoy y mañana en cambio somos su Cirineo. Cuando nuestros labios le impregnen nuestro fervor y devoción, percibirá el alivio poderoso de nuestro aliento; se transmutará el oprobio del desvanecimiento y le dará fuerzas para aguantar la dureza de la Caída. Jesús no cae en vano si no que se aproxima a nosotros. Ni las corona de espinas, ni la alfombra de cardos y calas le producen tanto dolor como el desafuero de los suyos. Por eso se resiste al límite de sus fuerzas. La tercera caída no le vence tampoco. Si no, no sería posible que bajo el claro de luna del Viernes Santo y con la pujanza del que tallara Ruiz Gijón, llegue hasta la Costanilla definitiva. ¡Que poquito queda!
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